Muchos hablan de
nuestra sociedad como la mejor informada y formada de la historia. Sin embargo,
suelo corregir diciendo que tenemos la sociedad con más información y formación
a su disposición de la historia. Que no es lo mismo. El exceso de información no
está facilitando su asimilación; más bien al contrario, estamos cayendo
constantemente en lecturas y aprendizajes superficiales, sin mucho grado de
aprendizaje y desarrollo. También se suele decir que tenemos la sociedad con
más tecnología a su disposición. Y sin embargo, no tenemos una era dorada a
nivel laboral ni de madurez tecnológica en lo que respecta a su puesta en
valor. Hace unas semanas, en este mismo espacio, hablábamos de la crisis digital de Europa.
En este contexto,
solemos introducir la automatización de nuestro trabajo como el gran problema.
De nuestro desempeño actual y el futuro como humanos, y su compatibilidad con
los robots. Y siempre desde un punto de vista posibilista en cuanto a lo que la
tecnología va a permitir hacer. Porque no para de acelerarse. Ya no solo
estamos hablando de una revolución tecnológica sin precedente a nivel de
velocidad a la que se produce, sino también de su globalización. Lo cual hace
que tengamos pocas opciones de frenarla.
Es verdad que las
sociedades han estado siempre afectadas por las revoluciones tecnológicas del
momento. Hace unos siglos, la domesticación de los caballos y otros animales,
las herramientas de hierro, el arado, los fertilizantes o la imprenta, nos
permitieron comenzar a vivir allí donde quisiéramos, sin tener que desplazarnos
para alimentarnos. En tiempos modernos, el ferrocarril, las finanzas, la
maquinaria pesada o el petróleo, globalizaron el mundo y nos interconectaron
como nunca antes hubiéramos pensado. Muchas de estas tecnologías, tardaron
décadas e incluso siglos en asentarse. Sin embargo, la última revolución
tecnológica, la digital, lo ha hecho en muy pocos años.
Toda la aceleración
comienza cuando en 1995 Internet, la gran red de redes, pasa de un uso militar
y científico y se abre al comercio. Ahí empiezan a nacer nuevas oportunidades
de digitalización. El boom de la transformación digital de las industrias se
hace exponencial. Muchos han utilizado este nuevo concepto de Industria 4.0
para referirse a esta cuarta revolución industrial que parece estamos viviendo.
Como las anteriores revoluciones, se caracteriza por la introducción de nuevas
tecnologías en los procesos industriales. Un hecho que trae inexorablemente
ligado que estemos hablando ya de la redefinición de los procesos, productos y
servicios e incluso modelos de negocios.
Desde entonces,
llevamos discutiendo alrededor de la aceleración tecnológica y las
consecuencias sociales de su evolución. Especialmente, en torno al trabajo
destruido. Hoy, primavera de 2019,
sabemos que las empresas que emplean robots han creado más empleo neto del que
se ha perdido por el cambio tecnológico. Un estudio hecho por el
Fraunhofer ISI
para la Comisión Europea -preocupada por todo esto siempre-, expone cómo las
empresas que han obtenido un aumento de productividad por la automatización
-robots-, incrementaban el empleo. Es decir, que no se sustituía capital humano
por capital robótico, como muchos pensaban.
A nivel de producción
y del mercado laboral no parará de crecer el desarrollo digital. La
automatización de los procesos físicos -vía la robotización- y los mentales
-por la inteligencia artificial-, están viviendo su era dorada. Los humanos
siempre mantendremos -al menos de momento-, el monopolio de ciertas cuestiones:
la creatividad, la interacción compleja con objetos y humanos -especialmente
importante en un país de servicios-, etc. Pero habrá otras cuestiones en las
que los robots nos superarán. Básicamente, porque son mucho mejores repitiendo
tareas rutinarias -no se cansan, no duermen, etc.- El problema radica en que
esta sustitución de trabajo se está produciendo de manera muy acelerada. No nos
está dando tiempo a adaptarnos.
Por ello, la
constante adaptación al cambio y nuestra mejora de habilidades debe ser algo
imperativo. El libro “La carrera entre la
educación y la tecnología” (Claudia Goldin y Larry Katz, 2008), nos habla
sobre cómo este progreso tecnológico primará la cualificación. Si no
reaccionamos desde una perspectiva pública y privada, la polarización del
mercado de trabajo puede introducir unas desigualdades considerables. Habrá una
abundancia de oportunidades para los mejor preparados que dominen la tecnología
y una escasez para los trabajos rutinarios.
Son las tareas rutinarias las que vienen a hacerse ahora con robots. Las empresas, al abaratar los costes de producción derivados de la automatización, se entiende podrán abaratar precios también. Y, por lo tanto, necesitarán un nuevo tipo de valor para seguir siendo competitivas ante los escenarios de competencia natural que suelen introducir estas inercias. En ello, necesitamos, naturalmente, personas formadas.