Hace unos días leíamos un reportaje
sobre el futuro del sector de la automoción en Europa. Venía a sugerir que para
2030, la producción de coches en Europa occidental apenas representaría un 5%
del total. Ahora mismo, está cerca del 15%, según datos de la patronal europea
de fabricantes. El XX informe global sobre automoción elaborado por KPMG,
sugiere algunas cuestiones adicionales: por ejemplo, que para 2040 se espera un
reparto igualado entre vehículos eléctricos, híbridos y de combustión interna.
En España, un sector que representa
cerca del 10% de su PIB, siempre genera mucha preocupación. Quizás por ello,
debamos empezar a ocuparnos activamente por las soluciones que debamos ir
poniendo para remediar estos eventuales escenarios. Nuestras sociedades
envejecen, el crecimiento de la productividad es realmente bajo y tenemos unos
costes salariales bastante altos en comparación a otras zonas del mundo. La
solución, por ello, no puede venir de los modelos de competitividad que hemos
seguido hasta la fecha.
En el mismo informe de KPMG, los
directivos del sector señalaban la conectividad y la digitalización como los principales
elementos de competitividad sobre los que agarrarse. Solo con soluciones que
permiten un ahorro de costes en el proceso de producción o ntroducir nuevos
modelos de negocio más cercanos a las necesidades del ciudadano del futuro,
podrán nuestras empresas reforzar su competitividad. La preocupación no debiera
venir por las implicaciones de este mundo en transformación, sino por la falta
de talento, infraestructuras digitales o la falta de inversión en I+D+i en
torno a las nuevas palancas digitales que traen existen sistemas. Poder tomar
decisiones sobre la optimización de cadenas de producción, personalización de
acciones de marketing o servicios personalizados al conductor o pasajero del
futuro, requieren de unas capacidades que aún debemos crear.
La Primera Revolución Industrial usó
agua y vapor para mecanizar la producción. La segunda utilizó la energía
eléctrica para crear la producción en masa. La tercera hizo uso de la
electrónica y las tecnologías de la información para automatizar la producción.
Ahora, sobre la anterior, se está llevando a cabo una cuarta revolución
Industrial caracterizada por una fusión de tecnologías que difuminan las
fronteras entre lo físico, lo digital y lo biológico. En general, éstas tienen
cuatro efectos principales en los negocios: las expectativas de los clientes,
la mejora del producto, la innovación colaborativa y las formas organizativas.
Ya se trate de consumidores finales o empresas, los clientes se encuentran en
el centro del modelo: se trata de mejorar la forma en que se sirve a los
clientes. Además, los productos y servicios físicos se pueden mejorar con
capacidades digitales que aumentan su valor. Las nuevas tecnologías permiten
que los activos sean más duraderos y flexibles, a la vez que los datos y su análisis
transforman la forma en que se mantienen. Un mundo industrial orientado a la
flexibilidad, basado en el conocimiento del cliente, la personalización de su
experiencia, la optimización de los activos, recursos y tiempo requerirá nuevas
formas de colaboración, particularmente dada la velocidad con la que se produce
la innovación. Y la aparición de plataformas globales y otros nuevos modelos de
negocio, finalmente, supone que la gestión del talento y los modelos
organizativos tendrán que ser repensadas.
Por ejemplo, la introducción de la
inteligencia artificial. Una reciente investigación de McKinsey Global
Institute, estima su potencial de desarrollo económico en un 1.2% del PIB
mundial año a año hasta el 2030. Estamos sin duda alguna ante el vector de desarrollo
económico más importante de los próximos años. Solo tecnologías de propósito
general como la máquina de vapor (1800), los procesos mecanizados industriales
y la electricidad (1900) y las tecnologías de la información (2000) produjeron
esta capacidad de de transformación en la historia moderna.
Un sector que ha sido capaz de
construir la máquina más compleja del mundo (el coche autónomo), no puede dejar
de lado las tecnologías digitales que abrirán oportunidades. Por ejemplo, se
espera que para 2022, el 100% de los vehículos de Renault estén conectados a
Internet. ¿Qué oportunidades se abrirán aquí? Quién lo sabe, habrá que
explorarlo.
Estas tendencias, también afectan al último eslabón de la cadena de valor. Según la opinión de los encuestados en el informe señalado al comienzo, el número de concesionarios se reducirá o se concentrará en un 30-50% hasta 2025. Es más, su propia existencia e identidad, quizás también someterse a reflexión. Ante los nuevos valores de la sociedad, que aprecian elementos como la compartición de vehículos o la reutilización de los objetos que los rodean, convertir un concesionario como un punto de satisfacción de estas necesidades pudiera ser una buena vía de salida. Otro de los elementos que pudiera aportar un valor interesante al futuro de los concesionarios es la relación con los clientes a través de medios digitales. No sólo ya para vender coches, sino también para la propia reparación o para servicios de alquiler o repuestos. Son necesidades latentes, que ahora mismo no se están cubriendo.